APLASTADOR DE SERPIENTE

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Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.
(Génesis 3:14-15)

Los conflictos a nuestro alrededor tienden a distraernos del mayor problema de nuestro planeta: debido a nuestra rebelión contra Dios, ahora Satanás está ejerciendo su dominio (Ef 2:1-2). Él es un dragón furioso que respira muerte contra los escogidos de Dios (Ap 12:12-13). Pero sus días están contados.
Las palabras citadas arriba y que encontramos en Génesis son una promesa que nos hizo el Creador al comienzo de la historia. Muchos siglos después, un grupo de judíos oyeron estas palabras de Jesús, que apuntan al cumplimiento de esa promesa: «Ya está aquí el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera» (Jn 12:31).

Cristo prevaleció sobre Satanás en el desierto. Allí obedeció al Padre y venció la tentación, comenzando a desmantelar el reino de las tinieblas (Mt 4:1-11). En los próximos años, Él trajo sanidad a los oprimidos y un evangelio que redimía a los cautivos (Hch 10:37-38). Pero el golpe letal contra la serpiente llegó con la «herida en el talón» de la simiente prometida.

El asesinato de Jesús parecía una victoria para las tinieblas, ¡pero solo cumplió el plan eterno de redención (Hch 3:17-18)! La muerte de Jesús quita nuestros pecados ante Dios y anula toda acusación de la serpiente contra nosotros. Reconciliados con Dios, fuimos rescatados del adversario y acercados al reino de Jesucristo (Col 1:13-14; 2:13-15).

Ahora aguardamos al regreso de Jesús, quien triturará la cabeza de Satanás para siempre. La serpiente será arrojada a un lago de fuego y los escogidos por Dios heredaremos el paraíso (Ro 16:19-20; Ap 19-22). Mientras tanto, el evangelio nos asegura que nada ni nadie —ni siquiera Satanás— podrá separarnos del amor de Dios (Ro 8:38-39). Su obra nos hace más que vencedores y solo es cuestión de tiempo para que nuestra esperanza sea consumada.

Hasta entonces, ¿cómo puedes demostrar tu confianza en Aquel que derrotó a tu más poderoso adversario?

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